11º Domingo del tiempo de la Iglesia
Año Litúrgico B
Los Ángeles, el 14 de junio
del 2015
1ª lectura: del libro del profeta Ezequiel
17,22-24
Salmo: 91(92)2-3.13-14.15-16
2ª
lectura: 2ª carta de San Pablo a los Corintios 5,6-10
Evangelio: de San Marcos 4,26-34
La liturgia de este domingo nos recuerda que la
Palabra de Dios es sembrada en nosotros.
La Palabra de Dios que recibimos debe estar en
el centro de nuestra existencia y debe ser anunciada alrededor de nosotros.
La Palabra de Dios que
recibimos debe estar en el centro de nuestra existencia:
La Palabra de Dios está sembrada en el corazón de todos los
bautizados. El día de nuestro bautismo, y cada vez que recibimos un sacramento,
la Palabra de Dios penetra en nuestra vida. La Iglesia nos invita con
insistencia a leer la Palabra de Dios todos los días.
La vida del cristiano debe estar iluminada por
la Palabra de Dios. Nuestros actos, nuestras palabras y todas las situaciones
que debemos afrontar en la vida, deben estar inspirados, iluminados y aclarados
por la Palabra de Dios.
Cada vez que leemos, escuchamos, meditamos o
compartimos con los demás la Palabra de Dios, recibimos esa semilla que penetra
en nuestra existencia, que germinará y crecerá en nosotros día y noche.
Debemos estar en contacto permanente con la
Palabra de Dios para poseer siempre la luz, el consejo y la fuerza necesarios,
para vivir en el mundo como hijos de Dios y discípulos de Jesús.
La Palabra de Dios no es una novela, un libro,
un periódico o una lectura común y corriente. La Palabra de Dios es Jesucristo,
es la presencia misma de Dios. Debemos escucharla, comerla y digerirla como
decía el profeta Jeremías. La Palabra de Dios es Jesús en medio de nosotros.
Por
eso nos inclinamos con reverencia frente al
ambón que es el lugar en el cual es proclamada la Palabra de Dios. El ambón es
el altar en el cual la Palabra de Dios alimenta nuestra fe. Esa es la razón por
la cual en el ambón, en donde debemos leer únicamente la Palabra de Dios y no
los anuncios u otra clase de discursos.
Ignorar o desconocer la Palabra de Dios, es
ignorar o desconocer a Cristo.
La Palabra de Dios
debe ser anunciada alrededor de nosotros.
El cristiano que se
alimenta con la Palabra de Dios, no puede guardar ese tesoro para él solo.
Uno de los frutos de
la Palabra de Dios en nuestra vida, es hacer de nosotros los mensajeros de esa
Palabra.
Tenemos el deber y la
obligación de anunciar la Palabra de Dios, a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad que todavía no han descubierto la belleza y la eficacia de la Palabra de Dios.
Debemos ayudar a
muchos de nuestros hermanos y hermanas a salir de sus prejuicios, en contra de
la Palabra de Dios.
Los bautizados
tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestros vecinos, a comprender que la fe
en Jesucristo, es un camino que conduce a la felicidad, a la paz, a la
fraternidad.
La alegría del
evangelio que conocemos debe ser transmitida a toda la creación, para que el
Reino de Dios pueda instalarse en medio de nosotros. Para que nuestra tierra
sea al fin, un lugar en el cual todos puedan vivir como hijos de Dios, como
hermanos y hermanas de Jesús.
Al salir de esta
Eucaristía, recordemos que la Palabra de Dios está germinando y creciendo en
nosotros para que podamos vivirla, anunciarla y compartirla con todos los que
cruzamos en la vida de todos los días. Amén.
P.
Germán