24º
Domingo del tiempo de la Iglesia
Año Litúrgico A
Los Ángeles 18 de septiembre del
2011
1ª
lectura : del Libro del profeta Isaías 55,6-9
Salmo : 144(145) 2-3.8-9.17-18
2ª lectura : de la carta de San Pablo a los
Filipenses 1,20c.24.27a
Evangelio: San Mateo 20,1-16
Los cristianos conocemos bien el Evangelio que
la Iglesia nos propone para este domingo. Frecuentemente lo utilizamos para
reflexionar sobre la justicia de Dios y sobre la generosidad del Señor que da
el mismo sueldo a los empleados de la última hora que a aquellos que comenzaron
a trabajar temprano en la mañana.
Hoy quisiera invitarlos a descubrir otro
aspecto de esta hermosa parábola.
Todos estamos llamados a trabajar en el Reino de Dios y el Señor espera hoy una
respuesta de parte nuestra.
Es formidable descubrir que el Señor cuenta con
nosotros. Qué alegría saber que cada uno de nosotros es importante en la
construcción del Reino de Dios.
Cristo vino a la tierra para enseñarnos a
trabajar en la viña de su Padre. El dice que la única aptitud requerida, para
ser buenos obreros, es el deseo de amar y de ser amados.
Todos: niños, jóvenes, adultos y personas de
edad, todos somos bienvenidos para trabajar en el Reino de Dios. La Iglesia
cuenta con cada uno de nosotros y todos tenemos un puesto en la Iglesia para
participar en la construcción del mundo, para ser activos en el trabajo necesario
para transformar el mundo en el Reino de Dios.
La falta de trabajo y los desocupados no deben
existir en el Reino de Dios. El dueño de la viña necesita obreros. El vino hoy,
en el Evangelio que escuchamos, para proponernos trabajo en su viña. Quieren
trabajar con Dios? Tengan confianza en Él y obtendrán un buen sueldo: la
felicidad y la paz para siempre.
Si usted está decidido(a) a trabajar con Dios,
les propongo tres etapas para firmar el contrato de trabajo.
Primero, tenemos que comprometernos. Si Señor, yo
quiero ayudarte a construir el Reino de Dios a mi alrededor.
Segundo, tenemos que empezar ahora mismo. Al salir de
la Iglesia, podemos decir: tengo un nuevo trabajo. Yo hago parte de los
empleados de Dios, de los obreros de la Iglesia.
Tercero, tenemos que tomar nuestro instrumento de
trabajo: el amor. Todo lo que voy a hacer a partir de ahora debe ser animado
por el amor. En mis palabras y en mis actos no debe haber sino amor. Voy a
transformarme en el amor como decía Santa Teresita del niño Jesús.
El niño que hace todo por amor por sus padres,
que comparte sus juguetes con sus hermanos y con sus amigos por amor por los demás;
el joven que estudia con gusto por amor por la ciencia y por amor por el mundo
que va a servir cuando será adulto; el esposo y la esposa que tienen siempre
una sonrisa y los brazos abiertos para recibir con amor a su compañero(a); el
padre y la madre de familia que trabajan honestamente por amor por sus hijos
que aprenden del ejemplo de sus padres; el adulto soltero que da de su tiempo
libre para ayudar a los demás por amor por las personas necesitadas; la persona
de edad que tiene su casa abierta para recibir y para compartir su vida con los
demás por amor por la humanidad; todos estamos construyendo el Reino de Dios
cuando dejamos que la llama de amor encendida en nuestros corazones se
exteriorice en nuestras palabras y en nuestros actos.
No salgamos de la iglesia hoy antes de firmar el
contrato con Dios. El necesita obreros y todos estamos bien capacitados para
responder a su invitación. Amen. P.
Germán